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Jon Fosse, dramaturgo noruego, premio Nobel de Literatura 2023 y autor del Mensaje del Día Mundial de Teatro 2024: Exclusiva

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Mensaje del Día Mundial del Teatro 2024. Mientras enciendo mi cigarrillo púrpura pienso en el dramaturgo noruego Jon Fosse, premio Nobel de Literatura 2023. A él corresponde el honor de escribir el Mensaje del Día Mundial de Teatro 2024. Confieso una especial expectativa ante este texto histórico, dada mi admiración por la obra del sucesor de Henrik Ibsen, gloria universal de la dramaturgia noruega.

Mis antenitas de vinilo, quiero decir, mis increíbles fuentes fidedignas desde el seno del Instituto Internacional de Teatro de la Unesco, desde París, me soplan que Fosse envió ayer ese documento que, se los juro por mi madrecita que ayer habría cumplido 92, se los haré leer a continuación, calientito y servido como Dios manda. Para ello tendrán que leer hasta el final esta nota mía para ustedes…Como verán, soy mucho más visible para la gente del teatro del planeta que para el omphalos de nuestra aldea. Esto es un tubazo internacional.

Eso lo he venido haciendo, generoso y jubiloso, desde los últimos 20 años, cuando los milagros de internet recién comenzaban a incendiarnos el cerebro con sus bytes, algoritmos y demás yerbas cibernéticas. Es mi deber. Una misión sagrada. También un sino y un aliento prodigioso. Esperemos, pues, por Fosse, y su ahondar “en la esencia de la condición humana, abordando temas de incertidumbre, ansiedad, amor y pérdida. Con su único estilo de escribir y la profunda exploración de situaciones diarias, se ha situado él mismo como una figura mayor en la literatura y teatro contemporáneos”.

Foto: BaraltTeatro.

Jon Fosse, traducido en más de 50 idiomas, con producciones presentadas en más de cien escenarios alrededor del mundo y autor de obras que incluyen novelas, colecciones poéticas, ensayos, libros infantiles y traducciones. Disfrutemos sus palabras de paz:

Mensaje del Día Mundial del Teatro 2024 por Jon Fosse

El arte es paz

Cada persona es única y, sin embargo, es también como cualquier otra persona. Nuestra apariencia visible y externa es diferente a la de todos los demás, por supuesto, eso está muy bien, pero también hay algo dentro de todos y cada uno de nosotros que pertenece solo a esa persona, que es esa persona sola. Podríamos llamar a esto su espíritu o su alma. O de lo contrario, podemos decidir no etiquetarlo en absoluto con palabras, solo déjalo en paz.

Arte es paz, plantea Jon Fosse. Alexis Blanco logró el scoop teatral.

Pero aunque todos somos diferentes el uno al otro, también somos iguales. Las personas de todas partes del mundo son fundamentalmente similares, sin importar el idioma que hablemos, el color de piel que tengamos, el color de cabello que tengamos.

Esto puede ser una especie de paradoja: que somos completamente iguales y completamente diferentes al mismo tiempo. Tal vez una persona es intrínsecamente paradójica, en nuestro puente entre el cuerpo y el alma: abarcamos tanto la existencia más terrestre y tangible como algo que trasciende estos límites materiales y terrestres.

El arte, el buen arte, se las arregla de manera maravillosa para combinar lo absolutamente único con lo universal. Nos permite entender lo que es diferente, lo que es extranjero, se podría decir, como universal. Al hacerlo, el arte rompe los límites entre idiomas, regiones geográficas y países. Reúne no solo las cualidades individuales de todos, sino también, en otro sentido, las características individuales de cada grupo de personas, por ejemplo, de cada nación.

El arte no lo hace nivelando las diferencias y haciendo que todo sea igual, sino, por el contrario, mostrándonos lo que es diferente de nosotros, lo que es extraño o extranjero. Todo el buen arte contiene precisamente eso: algo alienígena, algo que no podemos entender completamente y, sin embargo, al mismo tiempo entender, de alguna manera. Contiene un misterio, por así decirlo. Algo que nos fascina y, por lo tanto, nos empuja más allá de nuestros límites y, al hacerlo, crea la trascendencia que todo arte debe contener en sí mismo y a la que debemos llevarnos.

La Academia Barikai estrenará, el viernes próximo, en Bellas Artes, la ópera rock Jesucristo súperestrella. Arte es paz.

No conozco mejor manera de unir a los opuestos. Este es el enfoque exactamente inverso al de los conflictos violentos que vemos con demasiada frecuencia en el mundo, que se entregan a la tentación destructiva de aniquilar cualquier cosa extraña, cualquier cosa única y diferente, a menudo utilizando los inventos más inhumanos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición. Hay terrorismo en el mundo. Hay guerra. Porque las personas también tienen un lado animalista, impulsado por el instinto de experimentar lo otro, lo extranjero, como una amenaza para la propia existencia en lugar de como un misterio fascinante.

Así es como la singularidad, las diferencias que todos podemos ver, desaparece, dejando atrás una imaridad colectiva en la que cualquier cosa diferente es una amenaza que necesita ser erradicada. Lo que se ve desde fuera como una diferencia, por ejemplo, en la religión o la ideología política, se convierte en algo que necesita ser derrotado y destruido.

La guerra es la batalla contra lo que hay en lo más profundo de todos nosotros: algo único. Y también es una batalla contra el arte, contra lo que se encuentra en lo más profundo de todo arte.

He estado hablando aquí sobre el arte en general, no sobre el teatro o la escritura de obras de teatro en particular, pero eso se debe a que, como he dicho, todo el buen arte, en el fondo, gira en torno de lo mismo: tomar lo completamente único, lo completamente específico y hacerlo universal. Unir lo particular con lo universal por medio de expresarlo artísticamente: no eliminar su especificidad, sino enfatizar esta especificidad, dejando que lo que es extraño y desconocido brille claramente.

Richard Olivero prepara al pequeño actor Dylan Blanco.

La guerra y el arte son opuestos, al igual que la guerra y la paz son opuestos, es tan simple como eso. El arte es paz.

World Theatre Day Message 2024 by Jon Fosse

Art is peace

Every person is unique and yet also like every other person. Our visible, external appearance is different from everyone else’s, of course, that is all well and good, but there is also something inside each and every one of us which belongs to that person alone-which is that person alone. We might call this their spirit, or their soul. Or else we can decide not to label it at all in words, just leave it alone.

But while we are all unlike one another, we’re alike too. People from every part of the world are fundamentally similar, no matter what language we speak, what skin color we have, what hair color we have.

This may be something of a paradox: that we are completely alike and utterly dissimilar at the same time. Maybe a person is intrinsically paradoxical, in our bridging of body and soul—we encompass both the most earthbound, tangible existence and something that transcends these material, earthbound limits.

Dos maestros del teatro venezolano: Omar Gonzalo y José Ignacio Cabrujas.

Art, good art, manages in its wonderful way to combine the utterly unique with the universal. It lets us understand what is different -what is foreign, you might say- as being universal. By doing so, art breaks through the boundaries between languages, geographical regions, countries. It brings together not just everyone’s individual qualities but also, in another sense, the individual characteristics of every group of people, for example of every nation.

Art does this not by levelling differences and making everything the same, but, on the contrary, by showing us what is different from us, what is alien or foreign. All good art contains precisely that: something alien, something we cannot completely understand and yet at the same time do understand, in a way. It contains a mystery, so to speak. Something that fascinates us and thus pushes us beyond our limits and in so doing creates the transcendence that all art must both contain in itself and lead us to.

I know of no better way to bring opposites together. This is the exact reverse approach from that of the violent conflicts we see all too often in the world, which indulge the destructive temptation to annihilate anything foreign, anything unique and different, often by using the most inhuman inventions technology has put at our disposal. There is terrorism in the world. There is war. For people have an animalistic side, too, driven by the instinct to experience the other, the foreign, as a threat to one’s own existence rather than as a fascinating mystery.

This is how uniqueness -the differences we all can see- disappear, leaving behind a collective sameness where anything different is a threat that needs to be eradicated. What is seen from without as a difference, for example in religion or political ideology, becomes something that needs to be defeated and destroyed.

War is the battle against what lies deep inside all of us: something unique. And it is also a battle against art, against what lies deep inside all art.

I have been speaking here about art in general, not about theater or playwriting in particular, but that is because, as I’ve said, all good art, deep down, revolves around the same thing: taking the utterly unique, the utterly specific, and making it universal. Uniting the particular with the universal by means of expressing it artistically: not eliminating its specificity but emphasizing this specificity, letting what is foreign and unfamiliar shine clearly through.

War and art are opposites, just as war and peace are opposites—it’s as simple as that. Art is peace.

Desde mi corazón deseo para todos esta misma paz que Jon Fosse nos concita.

¡Gracias, Maestro!
¡Salud!

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